Cadena de aprendizajes

Cierto día, cerca de un arroyo, se encontraba una mariposa sobre una roca pretendiendo beber agua. Con sus colores brillantes, las antenas rectas y sus enormes y coloridas alas sostenidas por un esbelto abdomen. Era la primera vez que se animaba a realizar la proeza y se encontraba nerviosa. Había oído de mariposas que lo habían hecho antes, y entre ellas, eso era considerado como una gran hazaña digna de admirar y aplaudir.

        Una polilla, al verla vacilando para beber se le acercó, y sin decirle nada, con mucha prudencia le demostró lo que debía hacer. Dirigió su cabeza suavemente hacia el agua, bajó su abdomen casi hasta rozar la roca en la que se encontraba posada, y sin tocar el agua, solo dejando que el ondular de su fuerza le llevara mesurados sorbos de fresco líquido, se abasteció. La mariposa perpleja observaba la agilidad y la sabiduría de la polilla, y sin dejarla que terminara de beber, exclamó:

         ––¡Qué maravilla cómo tomas agua!, y además lo haces sin arriesgar tu vida.

          La polilla terminó de beber y con extrañes la miró.

         ––¿Podrías enseñarme? ­––pidió la mariposa

         La polilla guardó silencio y con sus húmedas antenas refrescó su cabeza, entonces batió sus pesadas alas y se alejó de la mariposa sin decirle una sola palabra.

         «Que mal educada polilla» pensó la mariposa y le restó importancia.

         Al encontrarse sola sobre la roca, quiso imitarla y arriesgarse a beber del arroyo también, entonces se dispuso a hacerlo, pero la fuerza del agua le tomó por la cabeza y la hundió hasta lo más profundo, la revolcó arrancando su esponjoso cabello, quebrándole una antena y maltratándole ferozmente las alas.

         La polilla, quien observaba de lejos a la mariposa, se abalanzó en su ayuda, le tomó por el abdomen y la regresó a la roca. Sin aliento y con el corazón en la mano le reclamó la mariposa:

         ––¿Sabías que pasaría esto verdad? ¿Por qué no me enseñaste a hacerlo?

         La polilla sonrió tímidamente y replicó:

         ––Claro que te enseñé, te mostré como hacerlo ––argumentó

         ––¿Pero no me dijiste que hacer? ––Reclamó la mariposa

          La polilla ayudó a ponerla en pie y le dio un sorbo de polen que tenía consigo para ayudarle a mitigar el dolor. Entonces le dijo:

         ––Tierna mariposa, bajé hasta el arroyo a mostrarte con mi ejemplo como lo debías hacer, luego; noté que otros querían aprender con lo que estabas por hacer. ––Miró la mariposa hacia los arbustos, y notó tres tímidas maripositas sorprendidas con todo lo que acababan de ver¾. Así que: ––Continuó la polilla ––no te interrumpí, hice mi parte y tú la tuya.  No aprendemos por lo que los demás nos digan, aprendemos por que queremos.

          ––Pero yo quería aprender ¾Interrumpió la mariposa

         ––No pequeñita ¾Replicó la polilla ––Cuando uno verdaderamente quiere algo, dispone todos sus sentidos, todo su entusiasmo, toda su atención, todo su tiempo y todo su amor para lograrlo, no solamente la emoción del momento.

         La mariposa lo entendió, enmudeció y prometió en su corazón ser más atenta y así, asegurarse de conseguir lo próximo que se propusiera.

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