El beso de la muerte

Él no estaba seguro de si era una señal maravillosa o el presagio de un desastre, pero sí sabía que: debía hacerlo, no podía esperar más tiempo, el tren estaba por salir y lo único que había que hacer era abordarlo. La muerte lo esperaba con sus huesudos brazos abiertos, astuta, disfrazada de una bella doncella de castaños cabellos que le hacía guiños desde la ventana.

No temía subir a enfrentarla, temía involucrar a más personas en su treta, ya había sacrificado a muchas y el precio hasta ahora había sido alto, un error y todo sería aún más catastrófico.

Partió sin demora saltando de la estación al vagón en el que un auxiliar invitaba a pasar a los últimos pasajeros. El trayecto fue largo y frío, a menudo pasaba al bar del tren a servirse un té Matcha aguardando la hora exacta en la que actuaría. Faltaban pocos minutos para llegar a Viadivostok, cuando la muerte se le apareció en frente, movió sus rosados labios indicándole que había llegado la hora, que todo estaba listo. Le entregó el maletín y lo despidió con un beso en la esquina de su boca sin dejar de mirarle. La frialdad que la precedía hacía honor a sus historias, todo el bajo mundo sabía lo que ese beso significaba, el adiós inminente, ya no había vuelta atrás, había recibido el beso de la muerte.

Tomó un sorbo largo de Matcha que le quemó la garganta, carraspeó con fuerza y se puso en marcha.

Las olas del pacifico silenciadas por el motor del tren presentían el desastre, se agitaban con fuerza intentando alertar a los tripulantes quienes ignorantes se preparaban para arribar.  Una leve sacudida le indicó que el tren estaba descendiendo la velocidad, así que abrió el maletín cuidadosamente, cargó el arma con 5 balas de 9mm, guardó otras tantas en el bolsillo y bajó del tren. Al poner su pie izquierdo en el suelo dejó caer un sobre cuidadosamente en el suelo y se aventó a prisa tres vagones atrás por donde descendía el marino ruso Kruscove, meticulosamente escoltado. Al tenerlo a 3 metros de distancia, entre las personas que descendían del tren y la multitud que los recibía en la estación. Accionó el arma tres veces sin dar tiempo a ninguno de apreciar nada. Todo el mundo corrió despavorido al escuchar los disparos incluyendo el asesino. Quien de un brinco volvió a subir al tren echándose al piso tras de una ventana.

Sintiéndose a salvo, al comprobar que los escoltas de Kruscove no lo seguían y que aparentemente nadie lo había notado, aguardó unos minutos, luego se colocó en pie al ver que algunos oficiales llegaron al lugar a revisar el cadáver y cuando estuvo a punto de salir nuevamente del tren, los delgados dedos con rojas uñas de la muerte lo despidieron con una puñalada en el pecho que le cerró los ojos de inmediato.

Pasados unos minutos más, un oficial recogió el sobre que el asesino había tirado antes al piso, en cual se podía leer “La muerte es la culpable Att. UK” El oficial abrió enormemente sus ojos y comenzó a temblar…

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