¡La marcha del pueblo! Relato de una madre que no vive más
Cerca de las 7am cuando el despertador sonó, tomó una bocanada de aire y encogió sus hombros apretando las cobijas hacia ella. Somnolienta los cinco primeros segundos de las últimas horas que estaría con vida, perdió su mirada en el vacío del apartamento. Luego se levantó.
Platos por lavar, ropa que organizar y un niño en la cama, junto a la de ella, que aun dormía plácidamente, fue en lo que ocupó veinticinco minutos de su último día. Encendió la radio en lo que preparaba el desayuno con la esperanza de escuchar buenas noticias, mas todo lo que oyó fue: “La activación del plan estratégico cívico militar en su fase verde (Plan Zamora) fue activado por el presidente. La oposición denuncia que el SEBIN estaba asesinando manifestantes sin importar si son hombres mujeres o niños, el gobierno no cede en la liberación de los presos políticos y está implementando el novedoso uso de helicópteros para esparcir gases lacrimógenos a los opositores del gobierno”.
Se ducho sin prisa, aunque casi llegaba la hora acordada para salir a marchar. Creía en un ideal democrático, en libertad de expresión y sobre todo; en la justicia. Retocó las letras de la pancarta que llevaría consigo y se dispuso a salir.
––¿A dónde vas mamá? la liviana voz su hijo recién levantado la detuvo en la puerta.
––A marchar amor ––Con ternura le respondió.
––¿Marchar cómo el ejército? <Tun tu tu tun tu tu tun> ––Imitó un compás militar el niño.
––Como el pueblo ––respondió ella sonriéndole. ––Voy a avisar a tu abuela que ya me voy para que te acompañe mientras vuelvo, ¿está bien?
––Me traes una cosita mamá ––. Cándidamente demandó.
Después de un abrazo y un gran beso en sus rosadas mejillas salió regalándole una larga mirada que la acompañaría hasta su último parpadeo.
El público la dejó varias cuadras lejos del centro de San Cristóbal Táchira, debido a las manifestaciones. Subió por la Avenida Marginal de Torbes hacia el Norte para encontrarse con Andrea y unirse a la lucha civil.
Al llegar, no podía distinguir más de dos metros delante de ella, debido a los gases lacrimógenos que llenaban el lugar, con su máscara puesta, sacó de su mochila una bandera venezolana y se cubrió la espalda con ella, erigió altiva el cartel que esmeradamente había hecho la noche anterior decorada con las huellas de las manos de su hijo y se puso en marcha. Su voz se unió a los cantos y coros que la multitud entonaba y marchó como solo un pueblo sabe hacerlo, con orgullo, solemne, pasivo y digno.
Al llegar a la Plaza del Estudiante, tanques de agua los esperaban con dos filas de soldados cargados de balas de goma y perdigones. La bocina de uno de los tanques anunció que debían dispersarse, ella no pudo escuchar gran cosa debido a los gritos de sus compañeros protestantes.
Andrea mantenía su cartel arriba y varios estudiantes portaban escudos caseros al mejor estilo Templario.
––No más al gobierno Castro Chavista ––gritó Andrea. La multitud la acompañó con un fuerte ––¡No más!
––¡Las calles son del pueblo, no de la dictadura! ––Gritó un señor de edad avanzada, y la multitud lo respaldo con un ––¡No más!
Así continuaron por algunos minutos hasta que se escuchó la orden de un comandante para avanzar. Las tropas a un mismo paso avanzaron mientras los tanques, uno a uno, preparaban sus lanzadores de agua para abrirse camino. Mientras avanzaban, el pueblo más gritaba e inquietaba, hasta que un estruendo los hizo correr.
––¡Paola corre! ––Le gritó Andrea.
Ella inmediatamente fue tras su amiga, quien como gacela se movió entre la multitud, el agua a presión despedazó los escudos templarios y quemó la piel de varios estudiantes. Insultos y piedras en contra de la fuerza pública eran ahora cantos de guerra. El sonido de las piedras que chocaban contras los escudos de la fuerza pública y los tanques solo eran apagados por el chillido del gas lacrimógeno escapando de las latas, hasta que un estruendo distinto alerto a la multitud.
––Es un disparo de bala coño ––. Aseguró un joven con la frente ensangrentada.
Ese comentario no llamo tanto su atención, como lo hizo una mujer de algunos 50 años, quien de rodillas en la carretera lloraba mientras decía a los uniformados:
––No se puede solucionar esto con balas, no así. Somos el pueblo, ustedes también, sus esposas, sus hijos. Lo que hoy pasa aquí es problema de todos, no solo nuestro. No protestamos contra ustedes, sino contra el gobierno, contra la injusticia, la escasez. Somos hermanos, no nos maten más por favor ––imploró ––. Ayer mataron a mi hijo porque creía en una Venezuela diferente, democrática, justa, con educación para todos, con igualdad, y la SEBIN lo mato. Lo mato el gobierno que quiere un pueblo esclavo, un pueblo ignorante, un pueblo en silencio ––opacó un poco su voz ––un pueblo sumiso. ¡Aquí estoy, luchando por lo que él creía, por lo que yo creo, y por lo que todo el país quiere! ––Concluyó sacando fuerza de los recuerdos de su hijo para ponerse en pie.
Paola atenta escuchó cada palabra. Su corazón palpitó con fuerza, esta vez no por el susto a los disparos, sino por el coraje de tan gallarda mamá. Visualizó a su propio hijo sonriente, realizado, profesional, próspero, en el país que lo vio nacer. Quitó la bandera de su espalda, la tomo con sus dos manos y la elevo al cielo
––¡Por un futuro mejor para nuestros hijos! ––Gritó con el alma.
––¡Por el futuro! ––Le acompañó el pueblo.
Una lluvia de piedras cubrió el cielo haciendo que los soldados juntaran sus escudos mucho más. Paola alentaba a la multitud con palabras patrióticas que los hacía resistir. Cuando se reorganizó la fuerza pública, avanzó dispersando nuevamente a los manifestantes, siendo Paola la única inamovible del lugar.
––Vámonos Paola ––le decía Andrea tomándola por el brazo ––. Corramos.
––¡No! ––Respondió ella —Hay que seguir marchando.
––¿Cómo vas a seguir marchando así?
––Como el pueblo ––le contestó mirándola dulcemente como si viera a su hijo.
De un tirón se soltó del brazo y dio un paso en frente. Fue en ese momento que vio un civil de camiseta blanca empuñar un arma de fuego detrás de un guardia. La sonrisa de su hijo aun la acompañaba. Su imagen le dibujó una sonrisa antes que una bala oscureciera su vista y le apagara el corazón.
“¿Habrá valido la pena?” Fue la pregunta que Andrea entre lágrimas hizo a los acompañantes de su funeral, quienes respondieron en sus corazones que deberían seguir luchando, por ella, su hijo y por todos aquellos patriotas caídos en busca de libertad.
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